Añoro tus bromas, tus gracias y sobretodo tu pasión.
Cuidábamos de ambas, nos queríamos y el tiempo nos la jugó.
Han pasado ya cuatro años desde tu despedida y no hay un solo día que no me arrepienta de no haberte dado tantos abrazos como segundos tiene el día.
Abuela cuanta falta me haces.
Me enseñaste a querer, a pasar página y a reflexionar aprendiendo incluso a perdonar.
Fuiste frágil fuera pero en tu interior dura, hercúlea. Has siendo y siempre serás mi heroína, mi pilar base y mi amparo en tiempos de guerra.
Aun siento y escucho tu voz, en mis sueños, noto tu piel, tus caricias con sabor a caramelo. Noto tus besos de cariño.
Se que ahora descansas, que tu cuerpo no es tu castigo y que tu alma es más libre que nuca.
Porque puedo verte en las flores de la iglesia junto a tu casa, esas que te encantaban con olor a lavanda. Puedo verte en tu sillón, en tu casa, en cada cono de helado cuyo pico del final iba siempre destinado a tu perro, el que acompaña cada día.
Puedo verte en cada uno de los botones que tú me enseñaste a pespuntear.
Puedo verte cada día en cada parte de mi vida por que siempre estarás.
Te echo mucho de menos.
Te quiero abuela.